Ayer en Osorno llovió y yo no pude sino emocionarme
Es que ayer llovió, entonces, aunque mi mamá me dijo que no lo hiciera, salí a caminar, pero con paraguas. Me puse los audifonos con una música que aunque desconocida(gentileza de Jaime Nolasco), llegó mágicamente a ese momento, calzando justo con la situación. Salí, y como a la cuadra ya estaba dando pasos a 2 centímetros del suelo, mis pasos tomaron el ritmo preciso de la música y todo a mi alrededor se volvió al compás. Ya sabía el camino que haría, pero no lo que me esperaría. Caminé por O`higgins y luego tomé Ramirez, esta vez no por la plaza. Era el mismo lugar que siempre me vio, pero ahora a un ritmo distinto, y yo caminaba feliz con el paraguas rojo. La gente me miraba, tal vez se extrañaron de mi inusual cara de felicidad. Derrepente, llegando a la plazuela yungai la lluvía aumentó, empezaron a caer miles de goterones por minuto, la gente se encondía en los aleros de las tiendas, yo no tuve que hacerlo, tenía mi paraguas rojo. De pronto, sentí un trueno y acto seguido algo que golpeó mi paraguas, me asusté un poco y me detuve, miré hacía abajo para ver lo que había caído y casi muero de asombro cuando lo ví,era un pez, que a esas y estas alturas ya es pescado. Saqué de mi bolso una bolsa negra en la que hace un rato me habían entregado unas galletas y ahí lo metí.
Volví a mi casa, justo a tiempo antes de que el disco terminara, dejé la bolsa en mi bolso y me olvidé del paquetito hasta hace un rato en que volví a inspeccionar si lo que supuestamente había guardado seguía ahí, y si, estaba. Ahora el pescado lo tengo junto a mi, pero a diferencia de ayer está duro e inoloro, lo pondré de adorno en mi pieza, entre el chachito dorado y el despertador que no despierta.