domingo, mayo 25, 2008

Al parecer, existen ciertos principios gustativos que se presentan de manera más o menos significativa en ciertos países. En Chile, si bien lo picante o el comino son elementos presentes, no constituyen gustos tan masificado, como sí lo es, por ejemplo, lo dulce. Este sabor, que se materializa casi de manera monopólica en el azúcar, está presente en todo lo largo, ancho y alto de nuestro país, trascendiendo clases sociales, etarias e incluso étnicas. De hecho, en los ya famosos estudios sobre la mala nutrición de nuestros coterráneos, se reitera, majaderamente, que somos el segundo país que más consume bebidas dulces, después de los estadounidenses. ¿A qué responderá esto, será que la vida de los chilenos es tan “amarga” que se hacen necesarias 651 mil toneladas de azúcar para endulzarnos la vida?
Como ya es sabido, el descubrimiento de las Indias y América supuso para Europa la introducción de una serie de sabores nuevos que alteraron de manera irrevocable no sólo las cocinas Europeas, sino también los modos de experimentar el mundo de estas personas. Especias como la canela o el clavo de olor abrieron complejas sendas en el sentir de los europeos. Sin embargo, el traspaso culinario no fue unidireccional, desde Europa también se trajeron productos que alteraron de manera igualmente significativa la vida de los originales americanos, siendo uno de los más importante el azúcar. Si bien los nativos conocían el sabor dulce, el azúcar, como substancia depurada, les era completamente desconocida. Pese a ello, su introducción fue completamente fulminante y exitosa, con lo que se dio un paso irreversible hacia la creación de la primera necesidad suntuaria en la América indígena. Este hecho constituyó una conquista simbólica sumamente poderosa, sobre todo considerando que sus principales usos fueron en combinación con productos nativos de gran popularidad y poder místico, como el chocolate, el mate, la coca y el café, todos ellos negros, amargos y excitantes, y por lo tanto, vistos con desprecio desde la óptica dominadora.
Así, la introducción del azúcar funcionó como endulzante, “pacificando” no sólo los paladares, sino también los rebeldes humores de los nativos. A partir de ese momento, se consolidó un nuevo repertorio gustativo, que además supuso un sistema de valores, donde lo dulce y blanco es bueno, y lo amargo y negro, malo.
Ahora, esta situación se acentúa en ciertos países latinoamericanos, particularmente en Chile, donde el uso del azúcar en el café o el mate es mucho más extendido.
Ante estos antecedentes me aventuro a contestar la pregunta planteada, con la convicción de que detrás del excesivo uso de azúcar, o de endulcorantes, se esconde una constante negación de nuestros “perversos” orígenes indígenas, los que sin embargo constituyen parte de nuestro temperamento identidad, razón por la cual, pese a los disfraces, no podemos dejar de consumir.
Aventurémonos pues a la exquisitez de la amargura, aprendamos a quererla y asumámosla como parte ineludible de nuestro carácter e identidad nacional.

1 Comments:

Blogger hipoceronte said...

Está muy interesante el texto, incluso te hallé la razón.

Me quedó dando vuelta lo de las bebidas. Son malas costumbres no más eso de andar tomando bebida para todo. Yo que casi no me preocupo de los sabores decidí ir de a poco consumiendo menos azúcar, no por la salud, pq micuerpo lo deterioro igual con alcohol y drogas, sino para probar las cosas con su sabor original.

2 sugerencias eso si:
Primero, escribe más seguido.
Segundo, ponle título a los post, después te digo por qué.

Nos vemos luego.

7:29 a. m.  

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