miércoles, abril 19, 2006

Huidobro


Pichón... disculpa que sea copiona pero es que esto me pa´reció esoectacular y dignisssimo de publicar.


Poco antes de que Vicente Huidobro cumpliera cincuenta y cinco años tuvo el presentimiento que se moriría pronto. A Raquel Señoret, su última mujer, le empezó a decir “la viudita”. Fueron los meses de 1947 en que pasó un cometa y todo el mundo hablaba de él. Incluido Huidobro, que levantaba la vista hacia el cielo y decía:
- Ese cometa me va a llevar en su cola.
A fines de ese año envió al balneario de Cartagena a Raquel, a Manuela – hija de su primer matrimonio con Manuela Portales – y a Vladimir, de trece años, el único hijo de su relación con Ximena Amunátegui. Él se quedó en Santiago finalizando los detalles de su testamento. – Los poetas tenemos un sexto sentido -, decía a sus amigos. – Nos damos cuenta cuando nos vamos a morir.
La noche en que llegó Huidobro a Cartagena, Vladimir se despertó. Eran como las cinco de la mañana, y lo vio frotándose el brazo. La parálisis, producto de un derrame cerebral, se estaba apoderando del cuerpo del poeta. Vladimir, regalón de su padre, dormía en la habitación matrimonial en una cama especialmente dispuesta para él. Esa noche tuvo la certeza de que Huidobro tenía razón. Era una muerte anunciada que se produciría quince días después.
Es el dos de enero, de 1948. Vicente Huidobro agoniza. El oxígeno adornando el lecho es un mudo testigo del desenlace. Cerca de la cama está Vladimir. Junto a él, su media hermana Manuela, ya adulta, y Raquel Señoret. A los pies, la amiga del poeta, Henriette Petit que llora desconsolada. Él es ateo y no quiere nada con la Iglesia. Henriette sigue gimiendo, y en medio de su pena murmura, con perfecto acento francés: - Vincent Huidobró, Vincent Huidobró.
El rostro de la mujer está desfigurado por el llanto. Huidobro la mira, la observa, y luego dispara las que serían sus últimas palabras:
- ¡Cara de poto!
Irreverente hasta la muerte, sentencia orgulloso Vladimir mientras evoca esos instantes. Son los finales. Vicente Huidobro entonces va posando su mirada en cada uno de quienes lo acompañan. Al final del recorrido se le cae una lágrima. Era de despedida.

Faride Zerán, “La guerrilla literaria”, Capítulo 1.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

sip eos lo lei hace un tiempo

es lo maximo

5:13 p. m.  

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